¡Un pinchazo que da vida! :)

De todas las peripecias de mi vida, la que ha producido mayor impacto en mí ha sucedido hoy.
Mi mala experiencia con las agujas desde pequeña me ha creado tal fobia, que tan sólo ver o pensar en una aguja o pincho ya me echo a temblar. Sin embargo fui capaz de superar mi miedo, los sudores de manos y sentirme el corazón latiendo a mil, pero latiendo, hace dos años en una donación que hice a través de la universidad. Estuve 45 minutos metida en la sala, que habilitaron para las transfusiones, sin que me pasara nada. Solamente tuve pequeñas molestias en el brazo, producidas por el pinchazo de la aguja en la vena, pero nada más. Yo que pensaba que se me iba la vida en el momento en que me pincharan con esa aguja abominable, me di cuenta que no ocurrió nada fuera de lo normal, quizá un mareillo al levantarte de la camilla pero poca cosa y nada que me dejara en el hospital durante semanas. ¡Qué exagerada!, ¿verdad?...pues lo describo tal cual lo sentí. Pero es muy cierto que tras donar, la sensación fue maravillosa, me fui de allí sabiendo que ese día, gracias a mi pequeño esfuerzo, alguien iba a tener una segunda oportunidad de vivir o al menos de mejorar su calidad de vida. Y, ¡ya ves!, no me costó nada y fue muy muy gratificante.

Hace una semana me enteré, por casualidad, que existía la posibilidad de ser donante de médula ósea. Un trasplante de médula ósea supone la curación de la Leucemia, es un tipo de cáncer de la sangre que comienza en la médula ósea, el tejido blando que se encuentra en el centro de los huesos, donde se forman las células sanguíneas. Os adjunto información sobre esta enfermedad, https://www.nlm.nih.gov/medlineplus/spanish/ency/article/001299.htm.

Para ser donante, antes tienes que ir al Centro de transfusión sanguínea en algún hospital. Una vez allí, te informan acerca del tema sobre sus ventajas e inconvenientes, te registran para ser futuro donante y te extraen una muestra de sangre para comprobar compatibilidad con el futuro receptor.  Si tienes la gran suerte de encontrar a tu media naranja, se vuelven a hacer una serie de pruebas hasta que se produce la donación.

Así que, de nuevo volví a enfrentarme a mi amiga, la terrorífica aguja. No sabía lo grande que podía ser un hospital hasta hoy mismo, lo que tiene ir de paso por los hospitales, de manera que anduve perdida un rato, pero como todos los caminos llevan a Roma y preguntando también se llega, pues al final di con el Centro de transfusión sanguínea. Entré en el centro y ya me estaba temblando hasta el alma, pero saqué calma de donde no la tenía. Di mis datos en el mostrador, el hombre que me atendió, por cierto, era encantador y eso me ayudó a tranquilizarme un poquito más. Me puse en la cola para el reconocimiento médico, como sólo había donado una vez no recordaba bien como era el procedimiento, y viendo que la gente antes de entrar en la sala de donación, entraba en otra sala pregunté a un hombre que estaba en la cola justo delante de mí. Un hombre sonriente y muy agradable que me contó que esa era su 31 donación, tenía alrededor de los 50 años y el tío, ¡estaba hecho un toro!. Fue mi segunda alegría del día y mi segundo calmante.

Me tocó entrar ya, con la voz un poco temblorosa le comenté al médico que quería ser donante de médula, y aquí viene mi primer estremecimiento, para esa donación se necesitaban más papeles y a mí sólo me habían dado los de donación de sangre periférica. De manera que me salí de la consulta, con la cara un tanto blanquecina, y regresé al mostrador para pedir los papeles que me faltaban. El hombre que me atendió la vez anterior, me preguntó que si me habían informado sobre la donación, aunque respondí que sí me dio un folleto de información para que lo leyera tranquila mientras rellenaba el formulario de consentimiento. Cuando por fin lo tenía todo completo, volví a la cola del reconocimiento. ¡Esta vez sí!, la médica me hizo una serie de preguntas y me tomó la tensión, antes de irme me dijo que me tomara un refresco. Y así lo hice, me tomé un zumo y entré en la sala. Me senté  en uno de los sillones, y con la risa nerviosa le conté a la enfermera, en tono irónico, mi amistad con las agujas. Ella me dijo que hacía bien en no tener buena relación con las agujas, su ironía y amabilidad fueron mi último calmante, primero me tomaron la muestra para la donación de médula ósea y después venía la donación de sangre periférica. Casi sin darme cuenta, ya estaba la aguja pinchada en mi brazo y extrayendo sangre la máquina en la bolsa. Se pasó el tiempo volando, me levanté del sillón perfectamente, sin tener la sensación de mareo. Para mí ha sido el tiempo mejor invertido del mundo, del que me llevo una sensación maravillosa de poder aportar mi granito de arena para una muy buena causa.

Parece mentira como un pequeño gesto puede llegar a hacer cosas tan grandes, como salvarle la vida a alguien. Y a efectos personales, la sensación de bienestar y de alegría te deja muy buen sabor de boca, tanto que ya estoy contando los días para volver.

Hay muchos valientes que luchan diariamente por salir adelante, valientes que sin darse cuenta la vida les plantó un rascacielos en la mitad del camino, y si ya era poco, les endureció el camino un poquito más. Y yo deseo con toda mi alma que cada vez seamos más los que nos unamos a estos valientes, porque juntos es mejor. :)
 P.D: os dejo un enlace donde viene toda la información sobre la donación de médula ósea, ¡Qué seáis muy felices! y recordad,¡juntos es mejor!. Fundación Josep Carreras. Contra la Leucemia


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